El tío Ceba

Por Rafael Sastre Carpena, coganador del I Certamen literario de la ACAA.

Enjuto, alto y calvo, con un amable rostro, su piel está más que tostada por el sol mediterráneo. Sigue vistiendo a la vieja costumbre de la huerta, con blusón, faja y alpargatas de careta. Sus amigos dicen que hace las mejores paellas a leña de los alrededores y alaban sus habilidades en el truc y el dominó, que gusta jugar a diario en el Bar de la Sociedad Musical. Su nombre es Ramón Casanova, pero casi todos le llaman Ramonet o Tío “Ceba”. Tiene setenta y cinco años y es de los últimos labradores de Benimaclet, un popular y entrañable barrio al norte de Valencia, arrabal de origen musulmán y municipio independiente hasta finales del siglo XIX, cuando la capital lo engulló con sus administrativas fauces.

El sobrenombre de “Ceba” (pronunciado seba, cebolla en lengua valenciana) es por el que siempre se ha conocido a la familia Casanova en el pueblo. De pequeño era “Cebateta”, hijo de “Cebeta” y nieto del Tío “Ceba”. A fuerza y medida de los inevitables mutis generacionales, Ramonet fue ascendiendo en la escala onomástica. Hace muchos años a su abuelo, que en algún momento llegó a ser teniente-alcalde pedáneo, el cura de Benimaclet le aseguró que en los libros parroquiales más antiguos, datados en los años 1600, ya había anotaciones de bodas, bautizos y entierros de sus antepasados.

La historia familiar cuenta que, como él, todos sus ascendientes por línea paterna nacieron y vivieron en la misma alquería que hasta ahora sigue habitando y cuidando: una barraca humilde, a cuyo lado continúa creciendo un monumental olivo milenario, rodeada por una amplia huerta que es también de su propiedad.

Ramonet Casanova contrajo nupcias a principio de los sesenta con Amparito Forment “Pollereta” (pollerita), apodada así por ser hija de un criador de aves local. En los primeros años de matrimonio, Amparito sufrió una grave afección que la condenó a una esterilidad permanente. Desde que la “Pollereta” muriese, hace ya diez años, el perrillo Miliki es la única compañía de Ramón Casanova, último eslabón de la dinastía “Ceba” de Benimaclet.

Ramonet, además de con las paellas, el truc y el dominó, siempre ha disfrutado dedicándose en cuerpo y alma a sus fértiles tierras, admiración de los agricultores vecinos. Pero también ha sufrido la creciente amenaza del urbanismo devorador, que acerca cada vez más los descomunales edificios y las amplias avenidas a su paraíso particular. En plena burbuja inmobiliaria declinó reiteradas y sensacionales ofertas por su propiedad. Presumidos y prepotentes constructores, adictos a los habanos y los descapotables, más que bien relacionados con el consistorio público, le presionaron durante meses hasta acabar todos convencidos de que el viejo “Ceba” está completamente majareta. Aquellos mercaderes del ladrillo, convencidos de que todo en esta vida, incluso los principios, se puede comprar o vender, por más empeño que pongan, jamás comprenderán que para ese hombre sin responsabilidades familiares, su patrimonio, lo único que le hace feliz y da sentido a su vida, tiene el máximo valor pero ningún precio.

Pero hace unas semanas Don Ramón Casanova Seguí recibió una notificación oficial a tenor de la cual su parcela y el contenido de la misma quedaban expropiados con la finalidad de construir otro Centro Comercial, uno más. Se le advertía también que la acequia que suministra el agua a sus campos quedará cegada hoy viernes a las ocho de la mañana y que en determinada fecha del mes próximo habrá de franquear la entrada a las primeras máquinas excavadoras.

Son las siete y empieza a clarear. Portando un fardo en una mano y una caja de fruta en la otra, el Tío “Ceba” sale de la barraca y se dirige al olivo, a cuyos pies hay excavado un pequeño foso. En él deposita el bulto, o lo que es lo mismo, los restos de Miliki, al que acaba de degollar sin poder contener las lágrimas. Cubre y alisa la superficie de la pequeña tumba con unos puñados de tierra y del cajón extrae una soga que lanza al aire y hace pasar a través de una gruesa rama. Se sube al cajón y anuda firmemente la cuerda en su cuello. Después, al tiempo que deja caer la base, le propina una patada, alejándola unos metros. El cuerpo se balancea durante unos instantes y luego ya solo se oyen los cantos de los pájaros.

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Lo que ya nunca sabrá el bueno de Ramonet es que el pueblo se movilizó en masa tras su muerte para detener aquellas obras. Los tribunales reconocieron que el olivo milenario no se debía cortar, arrancar ni trasplantar, sino antes bien conservarlo siempre cuidado, en el mismo emplazamiento. Ahora, en la antigua alquería se levanta el Parque del Tío “Ceba”, con una estatua del hombre y su perro a la sombra del viejo árbol.

La puerta de atrás

Por Manuel Pérez Recio, coganador del I Certamen literario de la ACAA.

Tras echar un último vistazo al fuego, me asomé por la ventana. Los pájaros volaban alto y el horizonte se había ennegrecido. Así que agarré la parca. Después me cargué al hombro el zurrón, con una pieza de queso fresco, media longaniza seca y una miaja de pan recién horneado; pegué un buen trago de la bota de tinto, me persigné frente a la puerta, para estar a bien con la Providencia, y al fin salí de casa.

Chiflé con fuerza y Peluso acudió obediente a mi vera. Es un perro sin raza, feo como la madre que lo parió, pero valiente, y con un olfato fuera de lo común.

Con algo de suerte, desenterraríamos cinco o seis trufas que añadir a la saca. Como cada año, en otoño acudiríamos al Mercado de Morella, en Castellón, y venderíamos a peso las más grandes; las chicas las utilizaría para cocinar.

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…Pero se hizo la hora de regresar y aún no habíamos pillado una. Parte de culpa tuvo la niebla, que confunde los olores y distrae la orientación. Al poco, empezó a tronar. No era seguro permanecer al raso y corrimos hacia lo que parecía un refugio, construido junto a la sombra de un enorme peñasco al pie de una loma parda.

La puerta estaba abierta, pero no se veía un carajo. Avancé dos pasos pegado a la pared, me quité el poncho y lo extendí en el suelo para protegerme de la humedad. Tras acomodar mis posaderas, llamé a Peluso, que se había retrasado olisqueando los huesos y el pellejo de una cabra en la vaguada. Insistí un par de veces, por si no me había oído, pero no me hizo caso. “Estará enterrando alguno de sus tesoros”, supuse. “Ya regresará”. Y me dispuse a echar una cabezadita…

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Desperté a media tarde. Había despejado y la claridad permitía ver la pared de enfrente, donde colgaba una vieja hoz, una herradura y un serón deshilachado. En el suelo había un botijo con el canuto quebrado, junto a unos ovillos de lana vieja y unas alforjas de caballería llenas de polvo. Pero lo que más me llamó la atención fue aquella otra puerta, en la pared del fondo.

Me incorporé y caminé hacia ella para curiosear.

Era una puerta de cristal, negro como el carbón. Acaricié la superficie con la yema de los dedos. Se notaba suave al tacto, y estaba caliente sin llegar a quemar. “¿Qué diablos puede haber aquí?”, me pregunté impaciente, y la empujé hacia dentro, ya que no disponía de pomo ni cierre.

¡Diablos! Aquella puerta daba de nuevo al exterior. La sombra del peñasco, los pinos, las carrascas… ¡y el sol en lo más alto! ¿Cómo podía ser, si ya íbamos cara al ocaso?… Es más, por allí rondaba Peluso, se le veía muy entretenido olfateando unos romeros en flor. ¿En flor? ¡Si estábamos en noviembre! Pero bueno, ¿qué locura era aquélla?… Aunque mayor fue mi sorpresa cuando vi aquel anciano apoyado en el tronco de una encina; a su vera, removía la tierra un cerdo. Supuse que era el dueño de la cabaña, y pensé ir a saludarlo. Pero apenas había avanzado cuatro pasos, noté cómo se me erizaban hasta los pelos de la nuca. ¡Rediez! Se parecía mucho, pero mucho, mucho… a mí, ¡coño!, con quince o veinte años más encima, eso sí. Llevaba mi zurrón, mi gallote de caminar, mi sombrero de paja… ¡hasta mi chaleco de borrego! Y ahí no quedó la cosa, no. Mi aliento se cebó de hiel cuando, de pronto, el anciano se llevó la mano derecha al pecho, a la altura del corazón, apretó con fuerza los dientes y cayó fulminado al suelo. Sucedió todo tan deprisa…

Murió. De eso no me cabe la menor duda. Quedó tieso como la rama quebrada de un pino seco. Pero aún fue más terrible cuando el cerdo que escarbaba la tierra a su alrededor empezó a mordisquearle los pies.

Abandoné la escena como alma que lleva el diablo, confuso, asustado y sin mirar atrás.

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Pasé algún tiempo tratando de asimilar lo que había visto aquella tarde, pero, por más vueltas que le di, nunca lo llegué a entender.

“Solo Dios sabe lo que pasó en verdad. Mejor será olvidar”, me propuse al fin, abatido por un extraño sentimiento de culpa.

Y casi lo consigo.

Ya habían transcurrido trece años de aquel encuentro cuando, una fresca mañana de enero, mientras recortaba los pelos de mi nariz frente al espejo, creí reconocer en mi reflejo al mismo viejo que abonara la encina del extraño sueño al que asistí despierto. Recordé la puerta de cristal, el rostro desencajado del anciano, la mano en el pecho, el cerdo mordisqueándole los pies…

Y ya no aguanté más. Esa misma semana maté a todos los cerdos y los metí en tinajas hechos longanizas, chorizos y morcillas; ya estaba yo mayor como para prestarles la atención y cuidados que precisaban. Peluso, aunque había perdido el olfato, el oído y las ganas de correr, aún era mejor compañero que cualquiera de ellos.

Días más tarde regresé a la dichosa cabaña. Agarré un buen ripio e hice añicos la puerta de cristal. Luego fui directo a la encina junto a la que vi morir al anciano que tanto se parecía a mí cuyo cadáver, por cierto, no encontré, le hinqué la motosierra y en dos tajos la tumbé.

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Decía mi padre, que en paz descanse, que el futuro ya está escrito, que no se puede cambiar. Pero digo yo que, todo lo que está escrito, de un modo u otro se puede borrar.

Certamen literario ACAA: nota informativa 5

Informamos a socios, simpatizantes y público en general, y en particular a los participantes del I Certamen Literario ACAA, que el jurado se encuentra en plena lectura y puntuación de los textos. La fecha prevista para que se haga público el fallo del jurado es el próximo 15 de agosto de 2014. Rogamos permanezcáis atentos a la web para conocer a los futuros ganadores.

Certamen literario ACAA: nota informativa 4

Ayer noche, día 15 de mayo, a las 23:59 hora española, terminó el periodo para la recepción de relatos para el concurso. Esperamos que hayáis tenido tiempo suficiente para escribirlos. Como estos últimos días han sido un poco frenéticos para el concurso (la mayoría habéis esperado hasta último momento para enviarnos vuestros escritos), no os preocupéis si todavía no habéis recibido la confirmación de recepción; si vuestro correo electrónico entra dentro de la hora establecida, recibiréis antes o después dicha confirmación. Esperamos que hayáis disfrutado con la tarea de la escritura; ahora nos toca a nosotros disfrutar con vuestras invenciones mientras las leemos. Suerte a todos.

Certamen literario ACAA: nota informativa 3

Sólo queremos recordaros que entramos en la recta final para la recepción de relatos para el concurso. La fecha límite es el 15 de mayo a las 23:59, como podéis comprobar en las bases. Así que aprovechad el poco tiempo que os queda. Poneos a escribir, repasad vuestros relatos, corregid lo que ya tengáis escrito y mandádnoslo. Estamos deseosos de leer vuestras historias.

Un saludo.

Certamen literario ACAA: nota informativa 2

Nos informan algunos socios que parece haber algún tipo de mal entendido con el correo del concurso, ya que han enviado su relato pero no ha llegado a los organizadores del mismo. Desde aquí volvemos a indicar que el correo electrónico correcto para enviar vuestros relatos es certamenliterarioacaa@gmail.com. No obstante podéis comprobarlo y verificarlo por vosotros mismos aquí y aquí. Pedimos perdón por la confusión causada y os solicitamos a aquellas personas que hayan enviado su relato y no hayan recibido confirmación, que lo vuelvan a enviar a la dirección aquí indicada.

Un saludo.

Certamen literario ACAA: nota informativa 1

Queremos informar a socios, simpatizantes y público en general de un hecho que parece no ha quedado suficientemente claro en las bases del certamen literario: en esta primera edición tan sólo aceptamos relatos de participantes que residan en el ámbito geográfico de la Comunidad Valenciana. Estamos agradecidos de que otras personas se hayan hecho eco de este certamen pero, par favor, no mandéis relatos si no residís en la Comunidad Valenciana; más que nada por vosotros mismos, porque tendréis el relato «secuestrado» hasta que se dé a conocer el fallo del jurado y por tanto no podréis presentarlo a otros concurso, perdiendo así la oportunidad de optar a ellos. Quizás, en futuras ediciones, podamos abrir más horizontes para este certamen.

Un saludo.

I Certamen literario ACAA

Con un poco más de atraso del deseado y esperado, la Asociación Cultural Amigos de Alpuente se complace en presentar el I Certamen literario ACAA. Esta iniciativa nace con el interés de fomentar la creación literaria en el municipio, tanto entre los socios de la asociación como entre el público en general. Esperamos y deseamos que la iniciativa tenga acogida y pueda ser repetida en futuras ediciones.

Cualquier persona que desee participar en el concurso deberá atenerse a las siguientes bases:

  • La temática de los relatos será libre.
  • Las obras podrán ser presentadas en cualquiera de los dos lenguas oficiales de la Comunidad Valenciana, castellano y valenciano, siendo el ámbito geográfico la única restricción de participación. Por tanto, sólo se aceptarán obras de autores residentes en la Comunidad Valenciana.
  • Cada autor podrá enviar un solo relato que no deberá estar pendiente de resolución en cualquier otro certamen o concurso.
  • Se seleccionará un único relato ganador, cuyo premio será la publicación del mismo por los medios de que dispone la asociación (revista y página web). También se hará una mención especial al mejor relato de autor nacido o residente (habitual o veraneante) del término de Alpuente; este relato también será publicado.
  • El relato tendrá una extensión máxima de 1000 palabras.
  • Los relatos se deberán presentar bajo pseudónimo, vía correo electrónico, a la dirección certamenliterarioacaa@gmail.com, poniendo el siguiente asunto en el mensaje: I Certamen literario ACAA, en formato .doc o .odt y sin proteger por contraseña.
  • Al principio de cada trabajo se pondrá el título de la obra (que no computará para el total de palabras) y el pseudónimo del autor (que tampoco computará). En otro documento adjunto en el mismo correo electrónico se añadirá la plica, en la que deberán constar de manera obligatoria los siguientes datos del autor:
    • Pseudónimo utilizado en la obra.
    • Título de la obra.
    • Nombre y apellidos.
    • Dirección postal.
    • Teléfono.
    • Fecha de nacimiento.
    • DNI, pasaporte o NIE.
    • Dirección de correo electrónico.
    • Hacer constancia de que se es nacido o residente en Alpuente.

    Ambos documentos se nombrarán con el título del relato. En el caso del trabajo en sí, sólo el título, y en el caso de la plica, el título y a continuación la palabra “PLICA”.

  • La fecha límite de entrega de originales será el 15 de mayo de 2014 a las 23:59 horas.
  • Todos los trabajos presentados recibirán acuse de recibo.
  • No será seleccionado ningún relato que contenga faltas ortográficas graves ni varias leves.
  • Un jurado compuesto por miembros de la asociación será el encargado de seleccionar el texto ganador. Los criterios serán estrictamente literarios y artísticos.
  • La Asociación Cultural Amigos de Alpuente se reserva el derecho, si lo cree oportuno, de realizar una antología conmemorativa. No obstante, los autores de los relatos seleccionados para la antología conservarán la propiedad intelectual de sus relatos.
  • Se considerará que los participantes aceptan estas bases por el mero hecho de participar en el certamen.
  • Ningún miembro del jurado puede participar en el concurso.
  • Será potestad de la asociación resolver cualquier cuestión referente a esta convocatoria que no quede contemplada en las bases de la misma.