Conflicto

La tarde había comenzado apacible, como tantas otras últimamente. Pero, de pronto, aquella nueva visión los perturbó. Los dos viejos amigos se estudiaron un segundo, intentando discernir la reacción del otro sobre lo sucedido. Y, al instante, sólo con ese breve escrutinio, comprendieron que el conflicto había vuelto a aparecer.

Aquello había sucedido varias veces desde que se conocían y los dos sabían cuál sería la actitud del otro. Pero estaban acostumbrados a aquella disputa. A veces ganaba uno, otras, el otro. Pero nunca sabían cómo terminaría todo.

Quizás eso fuera lo interesante de todo aquello, la imposibilidad de conocer el final. Por eso mismo se deleitaban en el proceso, ajenos al daño mutuo que pudieran causarse a posteriori.

PFC negó con la cabeza cuando Estri dibujó una sonrisa en su rostro. Sabía que debía parar aquella sensación desde el principio, si no ya no podría controlarlo. Aludido, el joven reprimió el gesto de sus labios, pero no por eso desapareció lo sentido.

Ambos tenían la misma edad, pero PFC parecía más maduro, más… racional. Al menos no se dejaba llevar por impulsos innecesarios. Pero también tenía la capacidad de vislumbrar las posibilidades del futuro. Ambas cualidades le permitían ser socialmente correcto en un intento por no crear situaciones que pudieran parecer inaceptables. Estri, por el contrario, era más alocado y siempre parecía eufórico. En resumen, ambos formaban las dos caras de una misma moneda.

-Sabes lo que pienso al respecto -comenzó PFC. No quería hacerlo en realidad, pero no le quedaba otra solución.

-¡Vamos! -le recriminó Estri. -¡Una última vez!

-La última vez dijiste lo mismo. Y la anterior. Y la más anterior -se justificó PFC-. En todas aquellas ocasiones silencié mis reticencias sobre tu decisión y, al final, acabamos sufriendo. ¿Quieres que eso vuelva a suceder?

-¡Córtex! ¡No seas aguafiestas! -le reprochó el otro mientras con sus manos hacía un gesto de censura-. Sabes que no puedo evitarlo. Está en mi naturaleza.

-Sí, lo sé. Y quizás eso sea lo peor. Pareces no darte cuenta. Tus heridas cicatrizan con facilidad. Pero luego soy yo el que debe recordar, el que debe valorar lo sucedido.

-Pero los demás dicen…

-¡¿Los demás?! -lo cortó indignado-. ¿Quiénes son los demás? No, no contestes, lo sé muy bien. Yo te diré lo que pienso del resto: estoy harto de las estúpidas maripositas de Hipot; no soporto que VTA me inunde con sus sustancias que inhiben mi raciocinio; tampoco aguanto a los gemelos Regdop que te ayudan a narcotizarme. Atestaréis todas mis células con anfetaminas naturales que impedirán mi correcto funcionamiento; y después, cuando llegue la dependencia, las cambiaréis por otras que me harán entrar en un estado de depresión.

»¿Qué es lo que quieres? Tampoco debes responderme a eso. Lo sé también. ¿Cuánto durará? ¿Un año? ¿Dos? ¿Tres como mucho? Ya sé, ya sé. Todo será euforia al principio. Todo felicidad e ilusión. Los problemas desaparecerán. La vida parecerá más fácil. No habrán dificultades. Y nos volveremos posesivos. Caeremos en su necesidad. Como si fuera otra droga más, nos convertiremos en yonkis que no conseguirán pasar el mono. Y después de esos tres primeros años, ¿qué? Vosotros no sabéis llevar estos asuntos. En el mejor de los casos, si vuestros estupefacientes consiguen no confundirme del todo, seré yo el que deba darle un giro a la situación. Nos haremos inmunes a vuestras sustancias y si yo no creo otros vínculos todo se irá al garete. Necesitaré de opiáceos que vosotros no seréis capaces de suministrarme; tendré, de nuevo, que buscarme la vida por mi cuenta. Sin ellos no podré construir esos nexos que nos mantengan unidos durante más tiempo. Y si eso no funciona, todo estará perdido. Tomaréis el control de nuevo, pero esta vez de forma diferente. Odiaréis. Odiaréis con todas vuestras células. Lo que antes sentíais se volverá oscuro y eso podría llevarnos a nuestra propia destrucción. Otros han muerto por cosas similares. ¡Peor! ¡Otros han matado por asuntos así! ¿Eso es lo que quieres?

Estri lo miró un segundo. Intentó contradecirlo, argumentarle que no volvería a pasar. Pero no estaba entre sus manos esa posibilidad. En el fondo, sabía que su amigo tenía razón.

Decidió volver a mirar, para despedir aquella maravillosa visión. Pero, entonces, una sonrisa volvió a aparecer en su rostro. Y supo en ese momento que no podría evitarlo. No, su cometido no era ese. Para eso estaba PFC. Ahora tenía que ser él el que lo hiciera cambiar de opinión, como en las anteriores ocasiones. Y sabía cómo hacerlo, aunque solamente tendría una oportunidad.

-Pero es tan adictivo -sentenció Estri mientras se acercaba a su amigo-. Mira, vuelve a mirar. Sólo un segundo y verás que tengo razón.

-No -intentó negarse PFC, pero el otro le obligó a hacerlo.

Y, entonces, ocurrió. Ya no había vuelta atrás.

Aquel ingenuo cerebro del que formaban parte se había enamorado.

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